El espíritu del rugby


Por Miguel "Negro" Iglesias

Capital de Los Pumas - 1974
Fue entrenador del plantel superior del SIC


   Que el juego del rugby tiene características que lo distinguen de los demás deportes, es una realidad bien conocida por todos aquellos que de una manera u otra, estamos en él.

   Como jugadores, entrenadores, dirigentes o simplemente como espectadores, sabemos que en el rugby existen particularidades de las cuales no podemos ni debemos apartarnos.

   Antes de hablar de técnica o de táctica debemos tener en claro, para siempre, que por sobre todas las cosas el rugby es una actividad que excede el mero hecho de jugarlo.

   He coincidido siempre con aquellos que sostienen que el rugby es una manera de vivir, formando y mejorando al individuo a través de él, siendo este punto de vista resaltado naturalmente en cualquier ámbito del mundo donde se lo practique.

   El rugby evoluciona permanentemente por lo que nos compromete a una especial atención para tener posibilidades de seguir avanzando en su desarrollo, ya que es un juego dinámico.

   Pero es justo reconocer que debemos estar atentos para que, con cualquier excusa, no se arrastren principios básicos sin los cuales no es rugby.

   Mucho se habla y se declama sobre el espíritu del rugby y su filosofía, casi de la misma forma en que luego, presenciando cualquier partido, vemos cómo se vulneran esos principios.

   Porque si tuviésemos que definir el espíritu y la filosofía, nada más acertado que decir que el rugby es el juego del respeto. Un juego de hombres que de manera constante se enfrentan a la adversidad y que tratan de superarla con gran esfuerzo y una exagerada cuota de lealtad.

   Esta definición nos está mostrando que si bien el aspecto técnico es importante, no es el único ni el primero, siendo el respeto, la educación y el control de uno mismo, las cuestiones básicas para prepararse a disfrutar del juego del rugby.

   Que el juego del rugby tiene características que lo distinguen de los demás deportes, es una realidad bien conocida por todos aquellos que de una manera u otra, estamos en él.

   Como jugadores, entrenadores, dirigentes o simplemente como espectadores, sabemos que en el rugby existen particularidades de las cuales no podemos ni debemos apartarnos.

   Antes de hablar de técnica o de táctica debemos tener en claro, para siempre, que por sobre todas las cosas el rugby es una actividad que excede el mero hecho de jugarlo.

   He coincidido siempre con aquellos que sostienen que el rugby es una manera de vivir, formando y mejorando al individuo a través de él, siendo este punto de vista resaltado naturalmente en cualquier ámbito del mundo donde se lo practique.

   El rugby evoluciona permanentemente por lo que nos compromete a una especial atención para tener posibilidades de seguir avanzando en su desarrollo, ya que es un juego dinámico.

   Pero es justo reconocer que debemos estar atentos para que, con cualquier excusa, no se arrastren principios básicos sin los cuales no es rugby.

   Mucho se habla y se declama sobre el espíritu del rugby y su filosofía, casi de la misma forma en que luego, presenciando cualquier partido, vemos cómo se vulneran esos principios.

   Porque si tuviésemos que definir el espíritu y la filosofía, nada más acertado que decir que el rugby es el juego del respeto. Un juego de hombres que de manera constante se enfrentan a la adversidad y que tratan de superarla con gran esfuerzo y una exagerada cuota de lealtad.

   Esta definición nos está mostrando que si bien el aspecto técnico es importante, no es el único ni el primero, siendo el respeto, la educación y el control de uno mismo, las cuestiones básicas para prepararse a disfrutar del juego del rugby.

   Como entrenadores o colaboradores de los jugadores debemos fomentar el respeto sin excusas, por el reglamento y por el espíritu del juego, en el convencimiento de que ganar o perder dependerá de un sin fin de factores que a veces podremos controlar y otras no; pero lo que siempre dependerá de nosotros mismos será la corrección, el juego limpio y el respeto.

   Pero para exigir todo esto a los jugadores, es fundamental que los que entrenamos cumplamos con el espíritu del juego respetando todo: a los propios jugadores, al reglamento, al árbitro, a los oponentes. Todo se respeta, enseñando a los jugadores que todos deben respetar todo.

   Y esto debe ser así para no caer en la confusión de los mensajes incomprensibles que desorientan a los jugadores, como decir que el espíritu del rugby es el tercer tiempo, cuando durante el partido, entrenadores, público y jugadores transgreden permanentemente la filosofía del juego, con su falta de control y mala educación.

   Jugadores que golpean, insultan o que hacen trampa en el juego; entrenadores que desde afuera muestran su absoluto descontrol, y que luego en el tercer tiempo la pasan fenómeno tomando copas y candando, muestran claramente que eso no es el espíritu del rugby.

   Si bien no he podido encontrar en todo este tiempo una definición acertada sobre el espíritu y la filosofía del rugby, sí estoy convencido que un buen tercer tiempo no representa al espíritu del juego si previamente en el primero y segundo tiempo, todos no han respetado todo.

   Y por más vueltas que le dé al asunto, llego siempre a la misma conclusión: el espíritu y la filosofía del rugby es el juego limpio, la educación y el control de uno mismo.

   Entre el juego sucio y el juego fuerte, entre la mala educación y el respeto, existe un límite que todos conocen, más allá que sean sancionados o no. Ese límite no debe cruzarse jamás y así debemos entrenar, porque el valor de vencer adversidades en un partido, deberá seguir siendo un sentimiento de orgullo que identifique al jugador de rugby.

   El hombre de rugby debe amar el juego limpio y detestar el juego desleal, por lo que los que colaboramos con los jugadores tenemos que ser no sólo buenos técnicamente. Primero, debemos ser buenos maestros en el privilegio de enseñar rugby, que más allá de ser un juego para divertirse, es fundamentalmente una escuela de vida, una manera de vivir.

   Como entrenadores o dirigentes, debemos transmitir rugby con el fin que los jugadores traten de ser mejores, haciendo su mejor esfuerzo y sabiendo que al rugby se juega con un espíritu único. No tiene que haber la menor duda sobre esto.

   De alguna forma, lo que los equipos hacen en la cancha es el reflejo de lo que escuchan y aprenden de sus mayores. Nosotros formamos hombres, no sólo jugadores de rugby, lo que nos demanda una gran responsabilidad y nos obliga a no transgredir con nuestros actos o con nuestros mensajes, ni la ley, ni el espíritu, ni la filosofía del rugby.

   Apuntar en las prácticas a exagerar el cumplimiento del reglamento y de los principios del rugby, ayudará a que así sea cuando les toque jugar, más allá de ganar o perder, estando todos mejor dispuestos para disfrutar del juego, convencidos y orgullosos de pertenecer a un deporte que hace un culto de su único y particular espíritu: la educación y el control de sí mismo. Muchos podrán decir que está plagado de malos ejemplos al ver partidos de algunos equipos y es justo reconocer que es así.

   Pero eso no significa que esté bien o que sea el ejemplo a seguir; por el contrario, todo lo deshonesto que se pueda ver, deberá servir para reafirmar que eso no es rugby y nos deberá estimular para ser cada vez mejores enseñando y transmitiendo lo que realmente vale: habilidad, fuerza, velocidad, coraje y, por sobre todas las cosas, respeto y lealtad.

   De todas formas, debemos admitir que existen todavía más partidos y jugadores que honran al rugby, por lo que debemos negarnos a aflojar ante los malos ejemplos, en la seguridad de que rescatando el respeto y el juego limpio como estandarte del hombre de rugby, lograremos más satisfacciones que con cualquier mejoramiento técnico o táctico. Creo que la tarea es dura, pero ¿qué no es duro en este juego?

   Todo lo que podamos transmitir en ese sentido, los jugadores lo agradecerán ya que ellos han elegido al rugby porque es distinto a los demás juegos y necesitan que así sea.

   Y esto nos obliga a todos los que participamos del rugby y que no somos jugadores, a no transgredir su espíritu y sus principios ya que el mal ejemplo nuestro, embarca a los que lo juegan en violaciones básicas al código de honor.

   Existen entrenadores que de manera inconsciente alientan desde afuera peligrosamente a sus jugadores, provocando consecuencias inmanejables en los equipos, siendo sus componentes los únicos perjudicados.

   De igual forma, los dirigentes de los clubes deberían estar más atentos a lo que sucede desde afuera del campo de juego, donde permanentemente se ve a hombres notables del rugby, a familiares de los jugadores e inclusive a jugadores y entrenadores de otras divisiones, protestando airadamente sobre alguna jugada o fallo del árbitro que perjudica a su equipo, explotar en manifestaciones reñidas con las más elementales reglas de educación; y que transgreden, ofensiva y groseramente, los principios básicos del juego y predisponen peligrosamente a quienes están jugando.

   Todos debemos estar absolutamente subordinados al rugby, que es lo mismo que decir subordinados a su espíritu o, de lo contrario, estaremos violando al propio juego al que decimos pertenecer.

   El rugby tiene un custodio natural: el jugador; los que no lo somos, debemos apoyarlos y formarlos sin confusiones